Suiza rechaza masivamente en referéndum cambiar su servicio militar masculino obligatorio 🇨🇭🛡️
El pasado domingo, entre montañas nevadas y relojes de precisión, Suiza habló con la contundencia de un glaciar milenario: el servicio militar masculino obligatorio permanece intacto. La propuesta para abolir o reformar este pilar de la defensa nacional fue rechazada por más del 60% del electorado, en un referéndum que no solo medía el futuro del ejército, sino el intricado diálogo entre tradición e innovación en la sociedad helvética.
¿Qué impulsa a un país moderno, con reputación de neutralidad y pragmatismo, a aferrarse a un modelo que muchos consideran propio de otra época? ¿Es acaso la nostalgia una armadura más pesada que el chaleco antibalas? O existen razones profundas que se resisten a la lógica meramente utilitaria.
Una tradición casi como un reloj suizo: preciso y resistente
Desde la creación del moderno estado suizo en 1848, el servicio militar obligatorio ha sido un componente inseparable de su identidad. Hombres jóvenes pasan meses entrenando, guardando vigilancia y aprendiendo disciplina, antes de regresar a sus turnos civiles con fusiles que más bien parecen reliquias de museo, pero que simbolizan mucho más que una arma.
«En Suiza, tener un fusil en casa es tan común como tener una cafetera en la cocina.»
Este servicio no solo sirve de escudo, sino de pegamento social. En un país con cuatro idiomas oficiales y una diversidad cultural notable, el ejército funciona como un espacio de encuentro y consenso. No obstante, el mundo cambia mientras Suiza parece insistir en anclarse a este rito casi ancestral.
La paradoja del siglo XXI: neutralidad y militarización
Suiza ha seguido una línea bastante insólita en la historia: permanece neutral en todas las guerras desde hace más de 200 años, pero mantiene una defensa nacional férrea basada en la movilización de toda la sociedad masculina. Un país que no quiere pelear, pero prepara a su gente como si el horizonte de un conflicto fuera inminente.
Esta tensión es la que hace del referéndum una especie de fotografía en pleno movimiento: un voto donde la resistencia a reformar el sistema militar aparece como una paradoja entretenida, pero curiosamente lógica.
¿Es posible encontrar otro país que invoque la neutralidad pacifista y al mismo tiempo invoque a sus ciudadanos a empuñar un fusil con la misma rutina que un par de calcetines? Quizás no, o quizás Suiza sea un espejismo o una fábula que contradice la lógica global.
¿Voluntad o miedo? Entre el ideal y el temor al cambio
Los partidarios de mantener el servicio obligatorio aducen razones que no se limitan solo a la defensa militar —el mantenimiento del tejido social, la preparación ciudadana, incluso la seguridad interna— pero también subyace un temor más sutil y menos noble: la incertidumbre ante los vaivenes internacionales y la pérdida de identidad nacional.
Por otra parte, los que proponen abolir o reformar este modelo señalan que la sociedad está envejeciendo y modernizándose. Incorporar más mujeres o hacer del servicio un compromiso voluntario con incentivos podría adecuar este respeto a los tiempos. Sin embargo, la respuesta fue clara: Suiza prefirió la seguridad del reloj que no falla antes que un cambio que, para algunos, equivale a resetear el alma del país.
Un modelo que parece desafiar a la globalización
Mientras gran parte del mundo se inclina hacia ejércitos profesionales y reclutamientos selectivos, Suiza se aferra a un sistema parecido a un reloj de cuco: mecánico, monótono, casi anticuado, pero que sigue marcando el paso con precisión amarga.
Quizás, justo ahí, radique el secreto de su poderío y estabilidad: un civismo contrario al olvido. Un sistema donde cada joven es recordado de que el costo de la libertad incluye el sacrificio —a veces solo simbólico— de portar armas y asumir responsabilidades.
Un pequeño (pero revelador) desvío: la democracia directa suiza
Si hay algo que hace único cada referéndum en Suiza es la participación activa de su población. Más que un trámite electoral, se trata de una conversación nacional constante, un pulso que refleja deseos, miedos y contradicciones. No es extraño que la tradición militar sobreviva gracias a ese pulso, porque la democracia directa, al igual que un buen queso gruyère, está llena de agujeros… pero es deliciosamente suiza.
Un futuro entre la disciplina y la transformación
¿Qué significa este resultado más allá de las fronteras alpinas? Más que una simple victoria o derrota para alguna facción política, es un recordatorio de que la modernización no es solo cuestión de avances tecnológicos o cifras de gasto militar, sino de entender qué elementos culturales sostienen a una nación. Y esos elementos, parece, no siempre son los más lógicos desde una perspectiva externa.
Suiza ha decidido por ahora conservar su esquema militar, resignificando la disciplina y el compromiso cívico en tiempos donde esos valores parecen arena entre los dedos. Quizás, solo quizás, en esa paradoja entre neutralidad y militarización reside uno de los secretos mejor guardados de un país que desprecia la guerra pero se prepara como si el invierno nuclear estuviera a la vuelta de la esquina.
Como dijo un analista social tras el referéndum: «Suiza no elimina su servicio militar porque no quiere perder ese hilo invisible que une a sus ciudadanos en tiempos de paz como en tiempos de amenaza. Es menos un ejército, más un espejo colectivo de identidad y deber.»
En un mundo que se mueve tan rápido que a veces parece atropellarse en sus propios pasos, Suiza ha votado a favor de mantener su ritmo pausado, inalterable, tan inflexible como un muro de granito 🪨 y, al mismo tiempo, tan familiar como el aroma del pan recién horneado en las madrugadas alpinas 🥖.
